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MES DE LA MUJER «soy primero vecina, luego cristiana y después consagrada»

En el Mes de la Mujer un testimonio de vida consagrada, Graciela Firpo, oriunda de Rincón de Nogoyá nos habla de su elección a la vida religiosa. ¿Porqué no usa el hábito? ¿cómo vive su ser mujer desde su elección dentro de la Iglesia Católica?

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Hilda Sosa WWW.ENTRERIOSNOTICIAS.AR

El otoño de 1975 fue el momento perfecto e indicado para que Graciela comience oficialmente su transitar en la vida religiosa, camino que tuvo su siembra en sus años adolescentes huertanos, discurridos también en el grupo de jóvenes de Parroquia Nuestra Señora de Aránzazu, de la mano de los recordados sacerdotes Padre Ángel Veronesi, Padre Reynaldo Tentor y el entonces Abad Eduardo Ghiotto.

«Desde adolescente sentí la necesidad de servir, de ir al encuentro de los que no podían llegar a las capillas» indicó Graciela, haciendo hincapié en la siembra de aquellos años, realizada tanto desde las clases de catequesis que dictaba en Rincón de Nogoyá, de donde es oriunda, como en Puerto Esquina; amén de su perseverante participación en los grupos juveniles de la entonces Parroquia Nuestra Señora de Aránzazu, de misiones, campamentos y mucha vida juvenil desde espacios católicos.

-¿En tu adolescencia ya sentiste un llamado especial?

-Sí, supe desde temprano que eso que hacía de relacionarme, ayudar desde la comunidad, quería hacerlo toda la vida. Quería acompañar a Jesús desde la misión evangelizadora, yo quería estar cercana a la gente.

El encuentro con ese llamado

Lo que pasaba por su inquieto espíritu lo habló con el Abad Eduardo Ghiotto, quien le sugirió la Congregación Auxiliares Parroquiales de Santa María, ya que las consagradas integrantes de la misma, solían realizar retiros espirituales en la Abadía del Niño Dios.

«Enseguida viajé a Buenos Aires y vi como se movían» comentó la Hermana Graciela, destacando que el acompañarlas y vivenciar in situ el trabajo territorial que realizaban, hizo que pudiese valorar en su exacta dimensión la labor allí desplegada, la que claramente hacía espejo en lo que su corazón le dictaba.

«las hermanas iban a casas tomadas, conventillos, hablaban con las mujeres que ejercían la prostitución, visitaban a personas privadas de su libertad» dijo, detallando esas acciones que confirmaban su deseo de ser parte, agregando además que realizan un trabajo articulado con profesionales de diversas áreas.

Ya adentro y siendo una más de ellas, Graciela estuvo en Goya, Corrientes, en un centro de cura de adicciones, acompañando en esa situación adversa a muchas jóvenes, con el fin de ayudarlas a reconocer a Jesús y que encuentren su dignidad, «vi conversiones muy profundas a lo largo de mi estadía allí».

«Somos primero vecinas, luego cristianas y después consagradas«

«La vida religiosa me ha ayudado a crecer en libertad, sanando mis propias heridas y enseñándome a ser más compasiva con las mujeres, con las familias» enfatizó, exponiendo luego el lema que las define, dicho por su fundador Padre Rodolfo Carboni, «nosotras somos primero vecinas, luego cristianas y después consagradas», dejando así en claro la mirada empática comunitaria que les atraviesa.

Graciela descubrió a Jesús en su vida, a través de su deseo de relacionarse en comunidad, de ser un actor social que interacciona, pero desde la religión, acompañando, de hecho, dijo siempre recordar que cuando de adolescente cantaba en los grupos de jóvenes una canción que decía «para algo más grande yo he nacido», frase ésta que caló tan hondo en su corazón, al punto de darse cuenta de esa invitación a una vida consagrada.

«El carisma de mi congregación es la conciliación» expresó, subrayando luego que su fortaleza parte de una fuerte oración, «lo que me sostiene es la oración de cada mañana, tengo mis momentos de intimidad con Dios, siento que sigo estando en el mundo, pero los valores del mundo no me toman, hice votos de pobreza, castidad y obediencia».

Al finalizar expresó con énfasis «no dejo que el mundo me contamine, mi oración matutina es la intercesión, soy felíz con lo que me toca…cada vez que voy al geriátrico Domingo Cúneo y doy tiempo y escucha a los viejitos, ahí me doy cuenta de que valió la pena haber entregado mi vida».

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